domingo, 4 de octubre de 2015

Con su estilo único y profundo amor por Venezuela, Elizabeth Kline se convirtió en un punto de referencia obligado del turismo venezolano.

Conocí a Elizabeth Kline en la década de los años 80, cuando ella era reportera de turismo en el desaparecido Daily Journal. Yo trabajaba en el hotel Margarita Concorde en esa época y enseguida, sin ninguna explicación, como en los mejores cuentos humanos, surgió en mí un sentimiento hermoso y verdadero por ella que me ha acompañado sin cesar durante todos estos años. Desde nuestra primera conversación observé en Elizabeth una especie de halo cargado con rigor profesional, mezclado con un toque ingenuo y puro, que parecía brotar espontáneamente de sus palabras, de sus ojos color azul intenso, de todo su cuerpo. Cada frase pronunciada, con un marcado acento adornado de una gracia conmovedora, revelaba su profundo amor por Venezuela, su profesionalismo y sus buenas intenciones.
Recuerdo muy bien que por esos años Berthapaula García, propietaria de la posada El Solar de la Luna en Morrocoy, era la presidente de la asociación de posadas de Venezuela. Como anfitriona excepcional apreciaba más que nadie la facultad inigualable de Elizabeth para apreciar el buen servicio, y me lo recordaba cada vez que conversábamos. Armada con una autenticidad maciza y una ética a toda prueba, sin aceptar agasajos, invitaciones, lisonjas o intercambios publicitarios, Elizabeth recorría todos los rincones de Venezuela sin avisar a nadie, escribiendo exactamente lo que encontraba. Su visión sobre el alojamiento fue siempre muy consistente, y la convirtió en una especie de religión para nosotros los enamorados del turismo. Elizabeth está profundamente convencida, con mucha razón, de que las mejores posadas son aquellas atendidas por sus propios dueños. Esos titanes del turismo venezolano que son los posaderos, temblaban en el mejor sentido de la palabra, con la sola sospecha de que Elizabeth preparaba una nueva gira de inspección. Sabían que aunque existieran las mejores relaciones de amistad, ella iba a escribir sin rodeos exactamente lo que encontrara en su visita.
En una ocasión, un buen amigo que tenía una posada en el llano me pidió algo imposible: que intercediera por un comentario que Elizabeth escribió en su guía sobre la posada. El comentario era en cierta forma inofensivo porque Elizabeth solo redactó lo que vio; que no estaba segura de que la posada ofreciera cuatro o tres habitaciones, porque una de ellas estaba llena de bicicletas. El amigo argumentaba que si Elizabeth le hubiera avisado que venía a su posada, él personalmente hubiera sacado las bicicletas de la habitación. No conocía bien a Elizabeth; ella nunca anunciaba sus inspecciones porque quería encontrarse con lo que hubiera hallado cualquier turista.
He tenido la buena fortuna de compartir con Elizabeth muchas anécdotas simpáticas e imborrables, como aquella que nos ocurrió en un viaje de prensa por los años 90 al hotel Plaza de Nueva York. En esa oportunidad me correspondió coordinar la asistencia de los mejores periodistas de turismo en Venezuela, para que conocieran los hoteles y casinos del multimillonario Donald Trump. Durante la gira Elizabeth era la más preocupada y organizada de todos, nos sorprendía gratamente con su dedicación y profesionalismo. No perdía tiempo y anotaba todo en su libreta; era sencillamente perfecta.
Resulta que varias horas después de dejar la ciudad, en el transporte que nos conducía a Atlantic City para visitar el Trump Taj Mahal, Elizabeth se dio cuenta de que había dejado su pasaporte ¡Encerrado en la caja de seguridad de su habitación del hotel Plaza! Al avisar por teléfono, los amigos del hotel abrieron el cofre con la clave maestra, y enviaron sin problemas el pasaporte de Elizabeth al Taj Mahal. Todos quedamos asombrados, pensado que ese inconveniente hubiera podido pasarle a cualquiera menos a ella, que era la más ordenada. Otra anécdota que no puedo dejar de mencionar es que durante una visita que hizo Joyce mi esposa al apartamento de Elizabeth hace algunos años, cuando acariciaban la idea de hacer una guía de artesanía venezolana, la sorprendió ofreciéndole un soufflé de queso preparado por ella que estaba delicioso. Pocas personas conocen lo bien que cocina Elizabeth, cuan hábil es con las manos en su hobby de carpintería, y cómo disfruta los buenos momentos con sus amigos.
Después de tantos años y vivencias puedo afirmar con la serenidad que nos aporta el tiempo y el afecto, que Elizabeth Kline es una mujer auténtica, transparente, sin dobleces, sincera, bien intencionada y excelente amiga. Con Elizabeth no hay sorpresas, dice lo que piensa sin disimulos, remilgos o complacencias. Este rasgo de su personalidad le forjó su fama de profesional implacable, y seguramente también algunas desavenencias en su vida. Pero es que ella posee tantos talentos para discernir entre lo que funciona y lo que falla en el servicio, para analizarlo impecablemente y para comunicarlo con propiedad, que no guardó ninguna capacidad para los halagos estériles y para la diplomacia. Las recomendaciones de Elizabeth poseen la mayor credibilidad posible que puede lograr un experto en viajes, porque ella se lo propuso así desde el comienzo. Su único compromiso ha sido con sus lectores, y por eso se ganó para siempre un lugar especial en el turismo venezolano. Se despidió de su país adoptivo volando serenamente en globo por el llano, cumpliendo un deseo lejano.
Con la ida de Elizabeth comprobamos que la ausencia es la más indestructible de las presencias, y que la extrañamos cada día que pasa. Gracias a Elizabeth por todo lo que ha hecho, para que nosotros conozcamos y queramos aún más a Venezuela. Nunca podremos retribuirle su aporte invaluable, sino con el inmenso cariño que le profesamos.

1 comentario:

  1. Excelente artículo,lee lo que coloque en el muro del cptdm, un fuerte abrazo ÄLVARO,
    Un cordial saludo gladys

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